viernes, 25 de mayo de 2007

Silencio Ruidoso

A veces me pregunto si me agrada más escribir o leer. Creo, ahora que decidí interrumpir una lectura, que es una cuestión de causa-efecto: leer me obliga y me inspira a escribir. Sin embargo, ambas cosas me encantan, aunque es muy probable que ni en lo uno ni en lo otro sea lo suficientemente buena. Pero, eso poco importa, el solo disfrute de un buen libro, con inteligentes ideas; o, la satisfacción que te puede producir un simple verso que resuma un sentimiento, me hacen ser un poco feliz.

La literatura, la ajena y la "propia", es necesaria para mi existencia. Tenía 7 años cuando lo intuí. Era la única de mi grupo que había entendido el cuentito y la única que podía responder las preguntas sin ninguna complicación. Obviamente, eso me hacía sentir muy orgullosa de mí misma, pero nunca pensé que fuera tan vital para mí como lo es ahora. Estoy condenada a escribir, pero no sé si para ser escritora.

Estas reflexiones sobre la literatura y la escritura no son gratuitas. Ando leyendo una novela, el libro que interrumpí hace un momento para ponerme a escribir, que habla sobre lo que es ser un escritor joven y cómo el escribir guarda una estrecha relación que, quizás, como casi siempre en todo, solo cruzó en un instante fugaz mi cabeza: la vanidad.
Pero, esta no es una crónica sobre el libro que ando leyendo desde ayer, sino una pequeña semblanza sobre mi relación con la literatura y la escritura.


El primer libro que leí fue "El diario de Ana Frank", el cual, en realidad, tal y cual lo explica el título, es un diario, pero uno real. Que a la edad de diez años captó mi atención por lo esperanza que la autora muestra aún en una situación como la que le tocó vivir. “El diario…” es un libro que tuvo mucho que ver en la construcción de mi sensibilidad social..

Y así comenzó mi travesía por los libros, esos seres que emiten un Silencio Ruidoso, ánimas escondidas, apolilladas muchas veces, rotas, destrozadas, remarcadas u olvidadas. Solo cobran vida cuando uno toma la iniciativa de callarse la boca, callar al ruido vacío de afuera y comenzar a descubrir los ruidos que emiten los silencios de los que reposan.

Sin los libros, yo no sería tan romántica, sin ellos me deprimiría con mayor frecuencia en este mundo triste e infeliz que consideran a los que leen y/o escriben Literatura unos locos sin remedio. Ella me ha salvado de mi ociosidad para las demás cosas, pero nunca me aburre leer. Sin embargo, siento que he leído poco y mucho de lo que he leído no ha sido totalmente interiorizado, quizás he
tomado los libros más importantes en una edad equivocada, pero me estoy convenciendo cada día más de que soy una aficionada a la literatura y que, por ello, comenzaré a tomarme las cosas más en serio.

Alguna vez me dijo mi padre que los libros te llevaban a lugares a los que, quizá por nuestra breve existencia, no podríamos ir; que nos hacían vivir experiencias que nunca viviríamos de este lado del mundo. Y esas nuevas experiencias te ayudan a tener una existencia más agradable por estos lares, al menos, en algunos casos, te hacen menos pesimista; en otros casos, te abren los ojos. Esto es lo que por ahora puedo decir de los libros, de los cuales quiero tanto a su aspecto físico (detesto leer en la computadora) como en su aspecto esencial: su silencio ruidoso.

Dije que estoy condenada a escribir por el resto de mis días y es verdad. Pero, este aspecto es mucho más difícil de explicar que el anterior porque mi escribir, o gran parte de lo que escribo, lo hago por una sola razón: necesidad. Lo que me impulsa a escribir, no es que alguien lea mis "poemas" o escritos como estos, sino mi necesidad de sacarme las cosas de adentro. Es la mejor manera que tengo para expresarme, me hace ser yo y no a la vez. En la vida real soy más el azúcar que se deprime en el fondo de la taza que el capuccino mismo; cuando escribo, por el contrario, el amargo del capuccino cobra protagonismo.

Escribir me hace conocerme mejor, sé a través de mis líneas que no soy solo lo que soy frente a los demás, que mi alma girasol (por lo exagerada y poco venerada) tiene muchos pétalos que no quieren acariciar los demás y que al mundo poco le sirven. Yo me acaricio escribiendo. Yo escribo para mí, para conocerme y hacerme más firme frente a lo que me hace vulnerable, lo que me hace ser un poco de azúcar mezclado con capuccino en el fondo del vaso de petróleo con el cherry de la Pucp. Las letras son mis lágrimas secas, la rima imperfecta, la sátira a mi propia suavidad rugosa, todo en mí es una antítesis, "una mezcla de muchas cosas". Estoy, como los libros por leer, escondiendo en mi silencio y en mi timidez un ruido estruendo.

Alguien hizo un comentario sobre mi última crónica distraída que decía que solo yo sabía el porqué de mi lirismo desabrido.
Para mí la poesía es para escribir y la narrativa, para leer. La poesía o lirismo, si lo quieren llamar así, es para mí, el lugar en donde desecho los males de mi vida, es mi centro de reciclaje, donde todo lo amargo del mundo y de mi vida personal cobra vida para renovar mis esperanzas y recargarme de amor y paz para dárselos, una vez más al afuera. Así, vuelvo a ser el azúcar precipitado en la taza de capuccino.

La narrativa es donde viajo sin viajar, donde vivo sin vivir, el lugar en donde busco un poco de felicidad, a través de un escape del mundo sin ninguna velocidad. Sin ninguna velocidad porque me tocó y quiero existir aquí y ahora. La literatura es, entonces para mí, una de mis mejores maneras de ser feliz en un mundo infeliz.