Usualmente, cuando las personas
terminamos una relación significativa para nosotros, nos servimos de la dicotomía
bueno-malo. Comúnmente nos concebimos como las víctimas y los buenos de la
película, muy al estilo de las comedias románticas.
Es común percibir así el mundo y
comportarse de ese modo porque es automático y nos libera de las múltiples disonancias
cognitivas que conllevan terminar una relación. Yo misma he caído numerosas
veces en esta tentación. Sin embargo,
hacer esto no nos libera del dolor de la pérdida y, por el contrario, nos niega
la posibilidad de recoger aprendizajes de una relación que, si bien no
funcionó, fue valiosa y significativa en su momento.
Cesare Pavese escribió una de las
citas que, desde mi punto de vista, resumen mejor la naturaleza de las
relaciones de pareja: “El amor tiene la virtud de desnudar no a un amante frente a otro, sino a cada uno frente a sí mismo”. Enamorarse de alguien, así no sea la persona con la que te
quedes, nos puede ayudar a conocernos profundamente. A asumir que no somos
perfectos, como a veces los halagos y las valoraciones positivas de nuestros
padres y amigos nos hacen sentir.
Enamorarnos nos hace enfrentarnos
a lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Pero asumir que no somos ni buenos ni
malos y que, como los personajes literarios, estamos llenos de matices, es una
tarea muy dura. Una tarea que a veces no logramos realizar mientras estamos
enamorados y tratando de conservar una relación.
Antes de enamorarme por primera
vez, me imaginaba la novia perfecta: comprensiva, atenta, madura, que sabría
lidiar de manera razonable y amorosa los conflictos de pareja. Me imaginaba a
mi novio como un chico tierno, pero un poco inmaduro y celoso. Lo único que
tenía en la cabeza eran estereotipos.
Sin embargo, la vida que es sabia,
me daría una cachetada y un balde de agua fría. Ninguno de mis presagios sobre
cómo sería yo y mi futuro novio fueron precisos. Fui tierna y atenta como me
imaginaba, pero también muchas veces fui egoísta y no supe escucharlo. Muchas
veces tuve dificultad para lidiar de forma razonable y amorosa los conflictos que
se suscitaban entre nosotros.
Él era más racional que yo, y fue
tierno muchas veces, como otras fue un témpano de hielo. Era poco celoso,
porque al contrario de lo que yo pensaba, mi ex novio era un chico muy defensor
de su libertad y de su espacio individual. Totalmente lo contrario a lo que yo
me había imaginado.
No obstante, cuando uno está
dentro de una relación y siente que hay cosas que hacer para sentirse más
satisfecho dentro de ella, optamos por demandar cambios en el otro. Nos
culpamos mutuamente de varias cosas y yo tuve muchas quejas hacia lo que yo
consideraba una forma fría y racional de relacionarse conmigo.
Hoy después de varios años juntos
y varios meses de separación, me doy cuenta que no fui la buena de la película.
Que tal cosa no existe. Que no era perfecta, que tenía que trabajar duro en
mejorar. Pero también me doy cuenta que aunque hubiera hecho un esfuerzo
importante, eso por sí mismo no me habría hecho sentir mejor en la relación. Necesitaba
observar cambios también en él.
Las relaciones de pareja surgen de
la dinámica que existe entre dos personas, y, por lo tanto, no hay culpables ni
víctimas en cada historia de amor que termina, solo dos seres humanos con sus
virtudes y defectos, que pueden decidir por dos caminos: la senda sencilla de creer
que la relación acabó a causa de que nuestra antigua pareja no nos quería de verdad
o que no nos hacía felices; o el camino duro y doloroso que implica tomar el
ocaso de una relación como una oportunidad para enfrentarnos a nosotros mismos.
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